Sin perder la ternura
La coronel (r) Caridad Camejo Abreu arribó en 1968 al Instituto Técnico Militar José Martí, Orden Carlos J. Finlay, Orden Antonio Maceo, para graduarse como instructora política cuatro años después. Ella, a pesar de haber transitado por diferentes unidades, se refiere con un especial cariño al Regimiento Femenino de Artillería Antiaérea, fundado el 8 de marzo de 1894.
Verde Olivo llegó hasta su hogar para conversar sobre este tema y allí constató la sensibilidad con la que recuerda, calificándola como una de las mejores etapas de su vida.
¿Cómo llega al regimiento y cuáles fueron las características del trabajo en los primeros años?
—Me incorporé al regimiento como jefa de Órgano Político y allí encontré un colectivo joven pero muy cohesionado, lo que facilitó el cumplimiento de las tareas. El trabajo era muy intenso, sobre todo con los comités de base de la Unión de Jóvenes Comunistas y el núcleo del Partido de la unidad.
»Existía un fuerte movimiento cultural recreativo. Una de nuestras actividades más emotivas fue la boda colectiva, que contó con la presencia de la inolvidable Vilma Espín Guillois. Aquel día la unidad estaba diferente, más hermosa. Recuerdo que para engalanarla pusimos flores en las bocas de los cañones. Realizábamos frecuentemente festivales de aficionados, recibíamos diferentes delegaciones… y todo lo hacíamos con un amor sin límites».
¿Cómo fueron las relaciones de la unidad con la DAAFAR y la FMC?
—El apoyo de la Defensa Antiaérea y Fuerza Aérea Revolucionaria (DAAFAR) y de la Federación de Mujeres Cubanas fue palpable e imprescindible. Ambas entidades confiaron siempre en nosotras. Vilma particularmente, estaba siempre al pendiente de nuestras necesidades y nos visitaba con frecuencia.
»En una conferencia del Partido en la DAAFAR el entonces ministro de la institución armada General de Ejército Raúl Castro Ruz me confesó que, al principio, el general de cuerpo de ejército Julio Casas Regueiro tenía algunas dudas sobre asumir al regimiento como una de sus unidades subordinadas, pero que después de ver nuestro empeño, dedicación y resultados de trabajo decía que éramos una de las mejores».
¿Qué significó para usted asumir la jefatura del regimiento?
—En el año 1987 soy llamada a la superación en la Academia de las FAR General Máximo Gómez, Orden Antonio Maceo, Orden Carlos J. Finlay. Después de graduada regreso al regimiento y fui nombrada su jefa. ¡Imagínese mi sorpresa!
»Apenas me recuperé de la emoción me enfoqué en la preparación combativa, para estar listas en caso de que fuera necesario. En varias ocasiones el general de brigada Rubén Martínez Puente, entonces jefe de la DAAFAR, participó en los ejercicios de tiro combativo que hicimos en el polígono integral de Jejenes, y pudo comprobar la efectividad del tiro y los resultados positivos de nuestro trabajo. Las mujeres somos más delicadas en la manipulación de las piezas y eso evita en gran parte los errores.
»En una ocasión, tratando de acercar la preparación a las condiciones reales de una guerra, me dirigí a la Gran Unidad de Tanques de la Gloria Combativa Rescate de Sanguily, Orden Antonio Maceo, y coordinamos una simulación de un ataque terrestre a una de nuestras baterías, con la participación de los tanques y la infantería. La idea fue muy bien recibida y logramos mantenerla en estricto secreto hasta el día en cuestión.
»Fue algo muy emotivo, tanto por la disposición de los soldados de la brigada como por la actitud de las artilleras, que no permitieron la entrada de las tropas».
¿Establecieron relaciones de cooperación con alguna institución?
—Para ayudar a la economía del país creamos una finca encauzada a la cría animales y la producción de granos y viandas, a la que llamamos La Ternura, porque las mujeres trabajamos duro, pero sin perder la ternura nunca. Colaborábamos con una cooperativa que estaba a la entrada de San Antonio de los Baños. En una ocasión resultaron colectivo Vanguardia Nacional y reconocieron nuestra ayuda y aporte.
»De igual forma nos sucedió con la Marina Hemingway. Ellos nos apoyaban con los instrumentos avanzados de chapea, porque las muchachas mantenían el regimiento a machete. Cuando tuvieron una inundación nos trasladamos hacia allá y los auxiliamos a restablecerse. Ayudarnos sin otro interés que servir a la Revolución es lo que nos hace crecer. Nuestros resultados fueron colectivos.
Cada soldado, trabajador civil y oficial puso su granito de arena, y eso es lo que más nos satisface».
¿Qué sintió cuando se desintegró el regimiento y que significa para usted esta unidad?
— La desintegración del regimiento fue muy difícil. Las muchachas lloraban como si hubiesen perdido a un familiar, pero era comprensible. Esa unidad fue una etapa muy importante en la vida de muchas. El acto de despedida fue desgarrador pero todas llevamos hoy al regimiento en el corazón.
»Fuimos reubicadas en nuevas unidades pero la familia que logramos formar allí es algo muy hermoso y que se mantiene hasta nuestros días. Cuarenta años después nos seguimos encontrando, llamando, queriendo… Cometimos errores y hubo discrepancias porque somos humanas, pero nuestro regimiento siempre estuvo por encima de esas cuestiones».
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